domingo, agosto 29, 2010

El Episcopado vuelve a Mentir


El Episcopado vuelve a Mentir
Por: Francisco Martín Moreno
En tiempos de las bárbaras legiones, de lo alto de las cruces colgaban a los
ladrones… Hoy, en pleno siglo del progreso y de las luces, del pecho de los
ladrones, cuelgan las cruces.
ANÓNIMO
La Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) concluyó en días recientes que
Miguel Hidalgo y Costilla, el Padre de la Patria, no murió excomulgado y se
mantuvo en el seno de la iglesia católica hasta el final de su vida…
¡Horror! ¿A dónde va la alta jerarquía católica, la más siniestra enemiga de
la muy dolorida historia de México, con este nuevo embuste con el que
pretende lavarse su rostro ensangrentado?
Por supuesto, que el cura Miguel Hidalgo, al igual que Morelos, ambos fueron
excomulgados obviamente por su propia iglesia, por los suyos, cargo del que
nunca podrá sacudirse la jerarquía católica mexicana. Es evidente que el
hecho de haber arrestado, torturado, excomulgado, fusilado y mutilado el
cadáver de Hidalgo, ese gran patriota, entre otras razones, es una realidad
que los representantes del clero católico quieren ocultar en este año en que
se conmemora el bicentenario de la independencia de México.
¿Qué Hidalgo no fue excomulgado? Veamos: Manuel Abad y Queipo publicó, el 24
de septiembre de 1810, un edicto en el que excomulgaba al Cura de Dolores y
a sus partidarios:
“Un sacerdote de Jesucristo […] el Cura de Dolores don Miguel Hidalgo,
levantó el estandarte de la rebelión y encendió la tea de la discordia y la
anarquía, y seduciendo a una porción de labradores inocentes, les hizo tomar
las armas…
En este concepto, y usando de la autoridad que ejerzo como Obispo electo y
Gobernador de esta Mitra, declaro que el referido D. Miguel Hidalgo, Cura de
Dolores y sus secuaces […] son perturbadores del orden público, seductores
del pueblo, sacrílegos y perjuros, y que han incurrido en la excomunión
mayor del canon* Siquis Suadente Diabolo […] Los declaro excomulgados
vitandos, prohibiendo, como prohíbo, el que ninguno les dé socorro, auxilio
y favor, bajo pena de excomunión mayor ipso facto incurrenda”.
La anterior excomunión fue ratificada por otros obispos, entre ellos el
arzobispo de México, Francisco Javier Lizana y Beaumont. Como hubo quien
pusiera en tela de juicio la legitimidad de Abad y Queipo, por haber sido
nombrado por la Regencia, el arzobispo Lizana expidió un edicto el 11 de
octubre de 1810 en el que declara que la censura del obispo electo era
válida e impuesta conforme a los cánones: “Nos, D. Francisco Javier de
Lizana y Beaumont, arzobispo de México […] Habiendo llegado a nuestra
noticia que varias personas de esta ciudad de México y otras poblaciones del
arzobispado disputan y por ignorancia o malicia han llegado a afirmar no ser
válida ni dimanar de autoridad legítima la declaración de haber incurrido en
excomunión las personas respectivamente nombradas e indicadas en el Edicto
que con fecha de 24 de septiembre último expidió y mandó publicar D. Manuel
Abad y Queipo […] por lo cual hacemos saber que dicha declaración está hecha
por un superior legítimo con entero arreglo a derecho, y que los fieles
cristianos están obligados […] bajo pena de pecado mortal y de quedar
excomulgados, a la observancia de lo que la misma declaración previene, la
cual hacemos también Nos por lo respectivo al territorio de nuestra
jurisdicción […]
La abominación fanática, la inaudita sevicia que la jerarquía eclesiástica
decimonónica demostraba hacia la persona de Hidalgo era descomunal. Aquí va
una muestra de ello: «Sea condenado Miguel Hidalgo y Costilla, en
dondequiera que esté. Que sea maldito en la vida o en la muerte, en el comer
o en el beber; en el ayuno o en la sed, en el dormir, en la vigilia y
andando, estando de pie o sentado; estando acostado o andando. Que sea
maldito en su pelo, que sea maldito en su cerebro, que sea maldito en la
corona de su cabeza y en sus sienes [...] Que el hijo del Dios viviente, con
toda la gloria de su majestad, lo maldiga. Y que el cielo, con todos los
poderes que en él se mueven, se levante contra él. Que lo maldigan y
condenen!»
El propio arzobispo de México, días antes de la citada ratificación,
prohibió a sus feligreses “que se unieran a la revolución”, asemejando a
Hidalgo con el anticristo: “Al frente de los insurgentes se halla un
ministro de Satanás, preconizando el odio y exterminio de sus hermanos y la
insubordinación al poder legítimo. Mirad qué precursor del anticristo se ha
aparecido en nuestra América para perdernos […] Yo no puedo menos de
manifestaros que semejante proyecto no es ni puede ser de quien se llama
cristiano […] Si el observar lo que él mismo nos manda os conducirá al
cielo, el practicar lo contrario [luchar por la Independencia] os llevará
infaliblemente al infierno”.
¡Claro que la doctora Patricia Galeana tiene la razón al señalar que “la
esencia de la expulsión religiosa de Hidalgo del seno de la Iglesia católica
era descalificarlo frente al pueblo, en el momento en que era el líder de un
movimiento insurgente!” ¡Claro que «la Iglesia católica no tiene por qué
participar en esta conmemoración, porque México es un Estado laico…” ni se
le debe permitir que 200 años después, en lugar de mostrar arrepentimiento,
recurra una vez más a los embustes para lavarse el rostro con el que
traicionó a la patria…
Por: Francisco Martín Moreno

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