sábado, septiembre 08, 2012

TRATA DE PERSONAS








Nuestras sociedades se engalanan con una serie de epítetos que pretenden encumbrarla como un estadio de evolución y progreso, de un orden que impera como exponente de la civilización.
En un acto de voluntarismo, los ciudadanos y sus representantes necesitan expresar que la revolución tecnológica nos habría llevado a la cúspide evolutiva, aspecto que en demasiadas oportunidades nos hace observar a las civilizaciones de la antigüedad (a las que en realidad le debemos casi todo), con un aire desdeñoso de superioridad, en una temeraria y auto convencida postura, que necesariamente nos tornaría mejores.
Pero toda la sofisticación moderna cae estrepitosamente cuando se tiene el coraje de focalizar ciertos temas subterráneos que expresan una dimensión tan macabra que, aún visualizados, nos parecen surrealistas, y por eso mismo terminan siendo soslayados, cuando no reducidos a realidades periféricas que no forman parte del contexto de lo cotidiano. Algo en nosotros teme plantearse que en el devenir de nuestra tecnología de punta, se esconde la más absoluta barbarie.
Esto y no otra cosa es la realidad de la “trata de personas”. Un impacto certero a toda noción de cordura, la clara prueba de que la animalidad, en su expresión más salvaje, sigue siendo parte de la condición humana.
Empezar a hablar de lo que implica sumir a un ser humano a la categoría de objeto, peor aún, de “cosa”, de elemento de uso y descarte, de la negación de su más mínima integridad o expresión humana, y su entronización como animal al que se lo puede utilizar peor que al ganado, nos obliga a recordar aquella frase que expresara el genio de Woody Allen: “no me sorprende que haya existido el holocausto, lo que me asombra es que no se haya repetido”.

Sin ningún ánimo de contradecir a este genio exponencial, hay que decir que existe un genocidio silencioso, invisible, que por menos expuesto no impide que se exprese en la conciencia social como el prototipo del salvajismo que subyace en la periferia de nuestros “valores”.
La “trata de personas” puede seguir siendo expuesto como el obituario habitual de las noticias que llenan nuestros noticieros, o puede constituirse a partir de la conciencia de cada individuo en lo que es: la esclavitud en el siglo veintiuno.

Tras aquella revolucionaria declaración de los derechos del hombre, tras las fanfarrias de libertad y democracia que pregonamos ufanándonos, aparecen esos grilletes invisibles, esa condena a muerte en vida que padecen cientos, miles y millones de mujeres en el mundo.
Sería bastante sencillo hacer una serie de citas de alto impacto, declarar con expresión impostada y airada, el padecimiento insospechado y alienante de esa humanidad de millones que sufre, padece, y muere en vida por el arresto y vituperio de su cuerpo, encarcelando o reduciendo a la nada, cualquier intento de ponderar o vitorear los supuestos logros de nuestra civilización.
Pero el comienzo de una solución verdadera, que no permita excusar la debilidad cómplice con la que los estados y sus funcionarios desalientan toda esperanza, implica entender que la “trata” empieza en la putrefacción implícita de nuestra moral, que desciende de la condena de la sexualidad por parte de las religiones institucionalizadas.
No aceptaremos nunca más que los últimos eslabones de una cadena siniestra, expliquen lo que es originado por seudovalores. Se hablará con toda claridad para decir que esa bastarda del dogma, e hija del pecado, llamada “moral”, es la transformación de las torturas medievales en un sistema de “ideas” y “valores” que impide la plenitud de la vida.


Si es nuestra intención ir hacia el fondo de lo siniestro, entonces habrá que empezar por la raíz del conflicto, que denuncia el condicionamiento humano, la pléyade de represiones y prejuicios que elaboran una conducta enfermiza, haciendo posible que millones de hombres consideren normal y deseable, tener sexo con una mujer a partir del pago (sin reparar en las circunstancias que llevaron a dicha mujer a esa situación.)
Sólo si estamos dispuestos a desterrar la hipocresía y la ignorancia, estaremos en condiciones de tener alguna oportunidad de terminar con este flagelo que le resta toda humanidad a la condición humana.

¿Tendremos el coraje de asumir que la demanda de sexo mercantil es el origen de la “trata”? ¿Habrá audacia para denunciar que el patriarcado, en su macilenta necesidad de sobrevalorar lo masculino y mancillar lo femenino, ha creado una sociedad desigual que es el germen de toda violencia? ¿Existirá la intrepidez de empezar a denunciar que mientras la sexualidad siga teniendo un aura de suciedad por las creencias religiosas o su expresión laica llamada moral, esta sociedad siempre será enfermiza, y por lo tanto avalará por acción u omisión la “trata” y otros horrores?
En forma ex profesa no se ha querido hacer referencia alguna a las fuerzas policiales, a las mafias, a la política que nació para el bien de la polis, es decir, el bien común, y es un gueto de vanidades y ambiciones de poder desmesuradas que como sistema de perpetuación, le es imposible no avalar esta y otras plagas sociales, verdaderos jinetes del apocalipsis de lo cotidiano, y de la existencia humana reducida a engranaje de un sistema económico inhumano.
No tiene sentido expresar lo que siempre se pronuncia a la hora de tratar este tema, que no puede ser sólo un tema, sino que debe constituirse en un imperativo, si queremos tener el derecho de alcanzar el estadio de la razón y la humanidad.
Al tiempo que se desarrollen las soluciones habituales que se plantean, y que tienen que ver con una auténtica resolución política de perseguir y aniquilar toda organización que haga realidad la prostitución a base de mujeres secuestradas y sometidas, y que el estado y sus fuerzas de seguridad no sean evidentes cómplices de este andamiaje perverso; se torna necesario e imprescindible una nueva concepción de la sexualidad humana, que termine con el juicio diferenciado y discriminativo en torno a actos iguales entre mujeres y hombres. Hasta que una mujer no pueda jactarse de su sexualidad y de sus actos íntimos con la misma probidad y desparpajo con la que lo hacen demasiados hombres, nunca ninguno de los dos géneros, por razones contrapuestas, tendrá libertad sexual. Y sin libertad sexual, siempre existirá la “trata”, como eslabón infernal de una cadena que genera neurosis en unas, frustración y violencia en otros, aspectos apenas visibles de un cáncer que siempre se abatirá sobre nuestras sociedades, cargadas de intimidación, inseguridades, desazón y toxicidad, que son algunas de las consecuencias inmediatas de la mala sexualidad, o sexualidad devaluada que impera por oscurantismo remozado y represión permanente.
Se trata de abordar este tema desde su raíz esencial o proclamar, como Dante a las puertas del infierno: “abandonad toda esperanza”.

Conclusiones de la conferencia organizada por Agora Americana sobre "Trata de Personas" . Disertantes: Dras. Diana Maffía y Ana María Capolupo de Durañona y Vedia, el Dr. Mario Ganora y la Lic. Mercedes Assorati, el día jueves 2 de agosto de 2012, en la Asociación Unione e Benevoleza de Buenos Aires, Argentina
Valentín Thompson . Presidente
Alberto Scharzer. Vice Presidente





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